Verano del 36 by Sonia Lasa

Verano del 36 by Sonia Lasa

autor:Sonia Lasa [Lasa, Sonia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Historica
editor: 13insurgentes
publicado: 2019-06-03T00:00:00+00:00


13

Tras la ventana

Como prometimos, no volvimos a hablar más de lo ocurrido. Pasamos unos días en una alerta constante. Los disparos podían haberse oído en el pueblo y tarde o temprano alguien vendría preguntando. Marisa se despertaba todas las noches inquieta. El recuerdo de aquel día la atormentaba. Yo la estrechaba entre mis brazos intentando consolarla, y así nos pasábamos las noches en vela, abrazadas en silencio.

Transcurrieron unos días hasta que una mañana Lagun se puso a ladrar más de lo normal. Había un militar de pie junto al huerto. Tomábamos precauciones y Marisa no salía del caserío por si, llegado el caso, alguien se acercaba hasta allí.

—Buenos días, señorita —me saludó quitándose la gorra. Por su traje y los galones que lo adornaban, supe que no se trataba de un simple soldado.

—Buenos días —dije acercándome hasta él.

—¿Vive aquí sola?

—Sí, mi padre está luchando en el frente con mi tío, el teniente Joxe Mendizabal —dije, a la vez que le enseñaba el salvoconducto que saqué del bolsillo. Como te podrás figurar, siempre lo llevaba encima.

—Entiendo —dijo revisándolo—. ¿Ha visto a alguien por aquí?

—No.

—Si aparece alguien, debe bajar al cuartel e informarnos lo antes posible.

—Así lo haré, señor.

Desvió su mirada hacia el caserío.

—Tenga mucho cuidado. Esos indeseables están escapando como las ratas por el monte. No sería difícil que dieran con este lugar. Buenos días.

—Buenos días —dije intentando contener la respiración. Lo observé mientras se alejaba y tuve un mal presentimiento. Seguí con las tareas y, cuando tuve la certeza de que se había alejado, entré en casa.

—¿Qué ha pasado? —me preguntó Marisa.

—Debieron de oír los tiros, pero solo me ha preguntado si he visto a alguien por aquí.

—¿Tú crees que sospecha algo?

—No lo sé, pero cuando ha visto el salvoconducto ha cambiado el gesto. De todas formas, el viernes volveré a ver a Nekane y le preguntaré al respecto.

—Debo irme cuanto antes.

—Sabes que ahora no es un buen momento para cruzar la frontera, eso si logras llegar sana y salva hasta allí.

—No quiero seguir poniéndote en peligro —dijo entre sollozos.

—No digas eso, por favor. Si no hubiera sido por ti, probablemente aquellos salvajes me habrían matado.

Cada vez que Marisa hablaba de su marcha, se me encogía el corazón. No quería pensar en ello, así que cuando ella abordaba el tema, yo intentaba eludirlo. Si no lo pensaba, mantenía la esperanza de que no se marchara y al final se quedara conmigo, aunque en el fondo sabía que aquello no era más que una mera ilusión.

Pasábamos las horas cuidando de los animales y del huerto. Yo le explicaba todo lo que mi padre me había enseñado acerca de la siembra y ella me hablaba de todos los libros que había leído. Me encantaba escucharla y me sentaba a su lado imaginando un futuro juntas que, casi con total seguridad, nunca tendría lugar. En más de una ocasión me propuso escaparme con ella a Francia, pero yo no podía abandonar a mi padre. Hicimos muchos planes.

—En cuanto acabe la guerra, vendré a buscarte —me decía.



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